Desde el punto de vista motivacional, castigar a nuestros hijos e hijas por suspender no es muy buena idea. Ante un suspenso, lo ideal es analizar qué es lo que ha pasado para haber obtenido ese resultado. Pueden ser varias las razones de un suspenso: falta de esfuerzo, un mal día, que no ha entendido bien lo que le preguntaban, se ha puesto nervioso/a… Una vez que sepamos qué es lo que ha pasado, es entonces cuando actuamos. Si resulta que el problema ha sido la falta de estudio o esfuerzo, entonces sí debemos hablar para explicarle cuáles son sus deberes obligaciones y si la cosa no cambia ya tomaremos alguna medida. Pero si nuestros hijos e hijas suspenden por cualquier otro motivo, más que castigarles, reñirles o recriminarles las cosas, tenemos que buscar la motivación suficiente para que sigan intentando mejorar. Podemos estudiar con ellos/as, explicarles lo que no entiendan, apuntarles a refuerzo, tranquilizarles ante los nervios propios de un examen… pero la clave es premiar el esfuerzo más que castigar el resultado.